jueves, 1 de octubre de 2009

quiero citar unos pasajes del libro Historia y crítica del Arte: Fallas (y Fallos), una conferencia que impartió en la fundación César Manrique: "Hemos sido demasiado autoindulgentes o perezosos, tal vez. La sociedad de la imagen masiva multiplicada está volcando hacia el mundo del arte a muchedumbres y recursos ingentes. Las aulas de nuestras especialidades de arte están más llenas que nunca y podemos caer en la tentación de considerar todo eso como un mérito corporativo propio. Pero no hay razones para el optimismo: el boom del arte y el creciente interés por su historia tienen poco que ver con el trabajo y con los hábitos mentales de los profesionales del sector. Muchos estudiantes dicen, incluso, que les entusiasma lo que estudian a pesar de los esfuerzos de los profesores para que suceda todo lo contrario.
Nos hace falta debate crítico. Rara vez nos planteamos el sentido de lo que hacemos, en función de las exigencias y verdaderas necesidades de la sociedad actual. El ruido (en el sentido que tiene esta palabra en la teoría de la información) es excesivo: aportaciones irrelevantes o confusas reciben una atención desmedida mientras se dedica un silencio desdeñoso a trabajos sólidos y esclarecedores de otros estudiosos. En las evaluaciones de los curricula académicos se tiende a considerar del mismo modo cualquier clase de publicación, sin atender a su contenido. La cantidad sustituye a la calidad". No se puede añadir nada ni cambiar una coma. Ramírez da en el blanco. He revisado con mimo esa conferencia y me parece que tendríamos que tatuarnos algunos párrafos en la frente. Allí señala que nuestra saber oficial está acartonado y que los departamentos universitarios no cumplen su obligación de constituirse en laboratorios intelectuales de vanguardia. A pesar del diagnóstico tan rotundo y desolador, el profesor termina apuntando que urge una reforma o un levantamiento de estructuras complementarias a las que tenemos que están, en muchos sentidos, obsoletas. Pero lo que más me ha impresionado ha sido releer la última frase: "Es preciso inculcar ilusión, sobre todo a los más jóvenes, por trabajar hacia una necesaria renovación". INCULCAR ILUSIÓN. Ese es, así de simple, el programa, esa es la tarea que con tanta frecuencia olvidamos.

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