domingo, 13 de septiembre de 2009

me informa mi hijo de que ha muerto Juan Antonio Ramírez. Recibo la noticia en Rio de Janeiro. Me que quedado petrificado. Le admiraba. Su claridad como escritor, su capacidad como profesor, su sentido del humor eran, lisa y llanamente, ejemplares. No fuimos amigos íntimos, pero creo que, después de muchos años, de compartir aulas y pasillos e incluso alumnos y comisiones del Tribunal de Estudios Avanzados, llegamos a pillarnos el punto. Estoy convencido de que es uno de los mejores profesores que ha pasado por la UAM; no fui nunca alumno suyo aunque alguna vez le escuché una conferencia, en algún ciclo en el que estábamos invitados. Siempre precisas e incisivas, con imágenes muy bien seleccionadas y sin abusar del auditorio. Tenía que haber aprendido mucho de él. Ahora pienso que estábamos a punto de acercarnos del todo. En el Master del Reina Sofía nos encontramos en franca camaradería. Me gustaba que era capaz de bajar de la cátedra y tomar unas cañas con los alumnos. Tenía un componente mundano que estimo imprescindible para ofrecer hoy algo en el campo de la teoría. No era complaciente ni estaba entragado al "negociete del arte". Se dejaba guiar por la curiosidad. Su campo de estudio iba desde el Templo de Salomón a la fotografía o los medios de comunicación. La Historia del Arte, así con mayúsculas, le debe mucho en España. Espero que se le recuerde con emoción. Yo, desde la distancia, solo puedo decir, de verdad tocado, que ya comienzo a añorar su presencia y que, por encima de todo, pienso en todos los momentos que podíamos haber compartido y que ya no serán más que materia de un diálogo inconcluso. Que su memoria y su lucidez nos anime ahora que la tristeza nos embarga.

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