martes, 19 de mayo de 2009

Bostezos deslavazados.

Federico Herrero. “Amalgama”. Galería Juana de Aizpuru. C/ Barquillo, 44. Madrid.


Fernando Castro Flórez.


El bostezo es contagioso. Ignoro la razón, pero todos hemos comprobado que cuando alguien cercano desencaja de forma bestial la mandíbula resulta francamente irresistible y no podemos, sino con determinación heroica, mantener la boquita cerrada. Algunos afrontan ese trance con descaro y no tapan la apertura de la sima corporal, otros intentan pasar desapercibidos. Lo malo es que muchos artistas tienen la manía de expandir, sin contención alguna, sus soberbios gestos de aburrimiento. En bastantes ocasiones he advertido que es común en aquellos que de jovencitos intentaron desplegar un comportamiento “provocador” o, por lo menos, ajeno a la ortodoxia imperante. No es fácil, lo reconozco, llegar a treintañero con los mismos malabarismos de la infancia cuando, sin daño manifiesto, uno podía chuparse el dedo gordo del pie. Al visitar la exposición de Federico Herrero he sentido una inmensa decepción, especialmente porque era un pintor que me atraía por su descaro y frescura. Ahora da la impresión de que acomete los cuadros por pura inercia, simulando el placer, camuflando precariamente el tedio que acecha su imaginario. Recibió premios de campanillas, ingresó en magníficas colecciones, fue tratado por las galerías como una joven promesa que además generaba “plusvalías”; ojalá me equivoque pero estas piezas anuncian un declive monumental. Todos, es indudable, nos dejamos llevar por la inercia y, así, hacemos cosas que son puro arte de birlibirloque, corta y pega, hacer que se hace, aunque, en el fondo, sepamos que eso no es lo que nos apetece, tan sólo se trata de la furiosa materialización, insisto en ello, del aburrimiento.
Federico Herrero presenta en la Galería Juana de Aizpuru tres tipos de cuadros: unos de gran formato en los que la superficie está marcada por campos de color en los que predominan las gamas de verdes, otros pequeños en los que la pincelada es más matérica y tienen algo de inacabados y dos, titulados Cosmos, que son en mi opinión los únicos que se salvan, en los que ha marcado, en una superficie mínima, los accidentes del suelo, aquello que queda sedimentado inintencionadamente. Da la impresión que el pintor ha sucumbido al horror vacui y, frente a obras anteriores en las que la composición dejaba un cierto respiro, ahora cubre todo salvo algunas zonas en las que introduce “personajes”, por llamarlos de algún modo, sonrientes que tienen algo de nubes infantiles en las que proyectamos lo que desearíamos ver. Para rematar, literalmente, la cosa, Herrero da unos toques de spray que terminan de masacrar aquello que estaba de suyo deslavazado. No es sorprendente que titule la muestra “Amalgama” si bien más que una mezcla de elementos heterogéneos es una mera superposición de “cosas”, como si pasaran por allí sin tener nada que decir.
En la nota de prensa (sin firma ni autoría reconocible) de la exposición leo que Federico Herrero recupera el “paradigma estético del arte” y que expande el campo pictórico, también rebasaría las presunciones canónicas y, por supuesto, no tendería a lo estereotipado: “la resultante última es una pintura que disfruta, a sus anchas, del rango virtuoso de la seducción. Se complace a sí misma en un gesto de puro narcisismo frente a tanta propuesta falsamente conceptual”. Evitaré hacer sangre si bien no puedo dejar de apuntar que el entusiasmo de los promotores comerciales debería evitar emplear una retórica desaforada o entregada al delirio de la “interpretosis”. Cuando me entero de que estas obras, inevitablemente justificadas bajo la coartada de la ironía, harán “las delicias de cualquier inteligencia mínimamente inquieta con ansias a la insubordinación de la norma y de los esquemas cerrados”, se me abren más que la boca las carnes orondas. Porque lo que en última instancia vemos no es otra cosa que una aplicación de “fórmulas cansinas”, de pequeñas y desafortunadas chistosidades sobre lienzo que no tienen nada de indisciplinado.
Efectivamente no hay conceptualismo que valga cuando nos enfrentamos a un cuadro enorme titulado “Paisaje con 32 círculos” que cumple estrictamente con su cometido: presenta, sobre una superficie monocromática azul esas formas geométricas. Me parece maravilloso que un artista o una legión de ellos entretengan su tiempo con naderías; es más, ninguna ley lo castiga con pena de cárcel. Lo que no puedo aceptar es que esa estética de la banalidad sobre lienzo o de la técnica mixta salpimentada por el curatorismo intente vender el rollo de la “subalternidad”, o de la contaminación en el seno de lo global. Estos cuadros deslavazados y, en su gran mayoría, pésimos pueden intentar ser una “apuesta rotunda por la belleza” pero, tal y como yo lo veo, pierden hasta el envite a chica. Puede que Federico Herrero haya pasado de una actitud cercana al graffiti y a lo procesual a un regodeo en el estudio donde entre las plantas cuelga, como todo hijo de vecino, la ropa. Tenía talento y espero que no lo haya perdido, como parece, del todo. Puede que necesite escapar de ese denominado “narcisismo” porque le ha llevado a generar un foco epidé(r)mico de bostezos.

1 comentario:

  1. Desgraciadamente no puedo ver la exposición, pero me encantaría contrastar esta crítica excelentemente construida con las piezas criticadas. Parece peloteo pero no lo es, no estamos acostumbrados a criticas negativas tan positivas. Hablo desde el punto de vista de un pintor

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