sábado, 23 de mayo de 2009



Preguntas y respuestas de la pintura.
“Antes de ayer y pasado mañana. O lo que puede ser la pintura hoy”.
Comisario: David Barro.
MACUF. Museo de Arte Contemporáneo Unión Fenosa. Coruña.


Fernando Castro Flórez.

En un pasaje de Espectros de Marx, Jacques Derrida señala que el mundo va mal y que pintura es sombría, se diría que casi negra: “Formulemos una hipótesis. Supongamos que, por falta de tiempo (el espectáculo o la pintura están siempre “faltos de tiempo”), se proyecta solamente pintar, como el Pintor de Timón de Atenas. Una pintura negra sobre una pintura negra”. Una suerte de oscurecimiento del passpartout de Malevich, pura radicalización nihilista. Hay que tomar en cuenta, como hace, por ejemplo, Luis Gordillo, la situación precaria de la pintura. De nada sirve hacer como si nada hubiera pasado. Sabemos que una de las mutaciones decisivas de la práctica contemporánea de la pintura ha sido la ofensiva contra el canon modernista, sostenido titánicamente por Clement Greenberg, de la pureza y autonomía. Más allá de la ideología de la autonomía hemos asistido a la aparición de una lógica expandida de la pintura, por emplear la terminología que Rosalind Krauss propusiera en el contexto de la escultura. Aquel regreso a lo real propuesto por las instalaciones es asumido por la pintura, entendida por algunos como un generic art; al mismo tiempo que la fotografía queda, en cierta medida, equiparada con lo pictórico. Desde la “abstracción redefinida”, manifiesta en pintores David Reed o Darío Urzay, a la hibridación completa que encontramos en artistas como Fabian Marcaccio o Jessica Stockholder, se produce una singular revitalización de la pintura que tendría la potencia, según el conocido libro de Phaidon Press, de una “vitamina”.
El retórico y cansino discurso de la “muerte de la pintura”, sostenido en bastantes casos desde una suerte de “neo-darwinismo tecnológico”, es improcedente para pensar la reformulación del sentido de esa práctica creativa. Barry Schwabsky ha señalado, acertadamente, que el problema con el que se enfrentan los pintores no es el de la confrontación con las llamadas nuevas tecnologías sino aquel que deriva de la crisis del significado. David Barro, en la introducción del magnífico libro que ha publicado con motivo de la exposición Antes de ayer y pasado mañana, comparte esa perspectiva según la cual habría que redefinir continuamente el lugar de la pintura sabiendo que hablar de ella “ya no es lo que era”. Es precisamente esa actitud lúcida de buscar nuevas formas de hablar de lo pictórico lo que convierte a esta muestra y, especialmente, al extraordinario trabajo reflexivo que la acompaña, en una cita excepcional. Douglas Crimp planteó la cuestión de las condiciones que hacen que una pintura sea vista como tal; David Barro supera el enfoque esencialista o cuasi-metafísico para plantear cuestiones temáticas de enorme relevancia: la destrucción del espacio pictórico y las formas actuales de la abstracción, el paso de la expansión a la explosión de aquello que era “pura planitud”, la época de la promiscuidad de las imágenes, la situación de la pintura figurativa en términos de irrealidad, la búsqueda de lo irrepresentable, invisible o casi fantasmático (esa suerte de “efecto Tuymans”), la fascinación por lo insignificante y el vigor de lo dibujístico o la exuberancia y la extremosidad de la estética neobarroca.
La fantástica selección de piezas que acoge el MACUF hace que esta exposición pueda ser calificada como referencial. Destacaré las obras de Helena Almeida que abraza una franja de color azul, el palimpsesto de Ghada Amer, la pintura de oxidación de José Bechara, los módulos de luces cambiantes de Angela Bulloch, una anómala mesa con dibujos de Sandra Cinto, la esfera de vidrios de Olafur Eliasson que irradia de forma mágica, el gestualismo abstracto y contenido de Günter Forg, la estética neogemétrica de Meter Halley, una serie de dibujos de Arturo Herrera, la impresionante instalación de Kounellis que forma parte de la colección del CGAC (una evocación el fuego y también del icono de Malevich que no deja de obsesionarnos), una fascinante fotografía de Vik Muniz en la que se apropia de otra de Lewis Carroll, el imaginario escatológico de Manuel Ocampo, la meditación de Adriana Varejâo sobre lo obsceno como un lugar alicatado o una hermosa vanitas de Manuel Vilariño. David Barro no ha planteado una historia dogmática de la pintura, antes al contrario, ha preferido, recurriendo al conocido relato de Borges, mostrar “senderos que se bifurcan”, apuntando las múltiples posibilidades interpretativas, entendiendo que estamos en un momento plegamientos incesantes, en el que si todo parece confuso también es cierto que necesitamos nuevos conceptos que nos permitan asumir lo que pasa desde una actitud pluralista.
Algunos consideran que la pintura enmascara el espacio. “Y qué es –pregunta Slavoj Zizek- el arte (el acto de pintar) sino un intento de déposer, “establecer” en la pintura esta dimensión traumática, de exorcizarla al externarla en la obra de arte”. Pero no esa, ciertamente, la única dimensión de lo pictórico que revela, en muchos casos, una actitud vitalista o, en otros términos, un lugar intensivo. Si, como apuntaron Pedro Alberto Cruz y Miguel Ángel Hernández-Navarro, la pintura es un “interfaz”, esto es, una realidad híbrida, nada impide que sea un ornamento hiperbólico o un espacio en el que se da cuenta de la pasión figurativa. Puede ser (casi) todo y (apenas) nada. En el glosario de su divertido Manual de estilo del arte contemporáneo, Pablo Helguera da una concisa y contundente definición de pintura: “Medio que sistemáticamente se proclama como muerto, puesto que muy útil como estrategia para garantizar que los precios se incrementen un 25% después de cada resurrección”. No hace falta comulgar con Charles Sattchi y su mercadotecnia para imponer “el retorno esplendoroso” de la pintura, basta comprobar lo que se expone en casi todas las galerías del mundo, desde Chelsea a las calles aledañas al MNCARS, ya sea en el MoMA (donde es canonizado el tono burlón de Martin Kippenberger) o en el Guggenheim que ha abierto las puertas a la movida Murakami que, a fin de cuentas, es otro maestro del arte como parte de la lógica del “concesionario”. David Barro ha establecido, desde que comisariara la exposición Sky Shot. La pintura después de la pintura (Auditorio de Galicia, 2005), una sólida reflexión que, como apunta ahora en esta muestra que desde el título tensa en tiempo en todas direcciones, asume que la primera pregunta parece inevitable: “¿A qué llamamos hoy pintura?”. El caleidoscopio de significados que se despliega es, sin ningún género de dudas, un magnífico territorio para pensar las respuestas.




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