sábado, 6 de junio de 2009

El pabellón embarrado.



Fernando Castro Flórez.


Lo mejor es comenzar metiendo miedo en el cuerpo. Basta recordar aquella imagen de Barceló, encaramado en un andamio, participando en una video-conferencia con Moratinos & Cia. Eso es, no tengo otra palabra mejor para caracterizarlo, demoledor. Luego vino, como todo el mundo sabe, la escandalera de lo que un tertuliano, en mi presencia, calificó como la “mamandurria”. Cuando todavía estaban cayendo chuzos de punta pasaron por Televisión Española un documental sobre el asunto que era un exponente estricto de propaganda política. Allí podíamos ver, entre alabanzas y éxtasis místicos del cuerpo diplomático, al pintor heroico empuñando una manguera descomunal de la que salía un material que parecía infecto. Pero el horror estético no terminó con aquel remake de las Cuevas del Drac; resulta que Barceló quería ir a la Bienal de Venecia. Se le antojaba y no tenía pudor a la hora de pedir algo que no se le podía negar después de la soberbia contribución a la ornamentación de la “alianza de civilizaciones”. Es el primer caso, que sepamos, de artista que se auto-invita y de comisario que cobra conciencia de que lo es por obra y gracia de la prensa. ¿Cómo iban a impedir que tomara posesión del Pabellón de España en los Giardini después de su aparición estelar en el video de la ceja? Además es precisamente ese gesto de perseverar en el desastre, sostenerla y no enmendarla lo que, desde el retorno del último de Filipinas, nos caracteriza. Los políticos están hartos de la tropa del arte que primero pide las “buenas prácticas” y luego monta en cólera cuando nos representa el que, según dicen “los que saben”, es el mejor pintor del mundo mundial. Como unas plañideras oxidadas entonan la letanía de que el arte español no sale de sus fronteras y precisamente cuando asume el brazalete de capitán uno que habita igual los desiertos de Malí que las callejas parisinas, nos ponemos como hienas a reírnos y a buscar la carroña.
Le preguntaron a Barceló que opinaba de aquellos que taparon el nombre de la patria con una bolsa de basura y contestó, entre ofendido e ignorante, que le parecía mal eso de escupir la mano que te da de comer. Por lo menos reconocía la esencia del pesebre. Pascal Gielen, siguiendo unas consideraciones de Paolo Virno en Gramática de la multitud, ha sostenido que el híbrido monstruoso que, todavía, denominamos “Bienal” necesita, de forma estructural, el cinismo y el oportunismo. En realidad ese es el tono emocional de la sociedad global. Muchos artistas, abducidos por el “curatorismo”, tan solo esperan que su dossier caiga en las manos oportunas y así poder añadir otra línea en el currículum aunque la experiencia sea, estrictamente, una cagada. Tras la anómala catarsis del vacío de la última Bienal de Sao Paulo que revela, principalmente, la desertificación del imaginario curatorial, ahora proponen en Venecia que entendamos que el arte es la creación de mundos. Esperemos que no sea ese romanticoide y anacrónico que propone Barceló. Sus megalómanos y pésimos cuadros con gorilas, desiertos y espumas marinas entran, por derecho propio, en la sección de lo trasnochado y del exotismo decorativo. Toda esa epopeya de la soledad que ha montado desde su evocación de Copito de Nieve, el gorila albino que vivía en el zoo de Barcelona, es realmente infumable.
Ha llovido mucho desde Spagna. Avanguardia artistica e realtà sociales 1936-1976. Tras la síntesis política comenzó una Transición Cultural en la que los más astutos fueron construyendo el canon como les vino en gana. Asistíamos asombrados a extraños matrimonios en la ciudad de los canales: Tàpies y Cristina Iglesias, Carmen Calvo y Brossa, Manolo Valdes y Esther Ferrer (sin duda, el colmo del desafuero, algo peor que unas sardinas en escabeche sobre muselina de frambuesa). Todo ese rollo se cortó por lo sano con la contundente intervención de Santiago Sierra que me pareció entonces y con más razón ahora lo mejor que se ha hecho en la historia del Pabellón Español. El entreacto “negociador” y semiológico de Muntadas no fue, ni mucho menos, para tirar cohetes. Alberto Ruiz de Samaniego intentó salir del “discurso ortopédico” proponiendo un paraíso fragmentado que desató críticas airadas. Con todo, la irrupción “napoleónica” de Barceló hace buenos a Los Torreznos. Por lo menos aquel dúo tiene sentido del humor y no pretende dar lecciones de nada. El artífice de la capilla de barro no se corta ni un pelo. Según declara, sin rubor, llegó a pensar en “apadrinar” a unos artistas africanos (eso habría sido demasiado indecente tras el affaire Sindika Dokolo de la edición anterior) y, tras darle al coco todo lo que ha podido, tomó la decisión de recuperar a François Augiéras y dar cuenta de las lecturas fundamentales en su vida. Todo eso, tengo que decirlo sin adornarme, es una parida inmensa, el puro maquillaje de algo que no se sostiene de ninguna forma.
No es que estemos en el ocaso, manifiesto en plena Bienal de Venecia, del arte español, lo más crudo del caso es que se trata de un marketing de lo residual. Hace bastante tiempo que Barceló es tratado por El País como Truman en la película de Peter Weir. Basta que el pintor-ceramista-performer-aventurero se quite una espinilla para que el público fervoroso reciba la buena nueva. No faltó ningún detalle del proceso de la capilla de la Catedral de Mallorca que, a la postre, es un bodrio absoluto y tampoco se nos ha ahorrado nada de la cúpula desorbitada. Siguiendo, por citar algo, uno de los principios de la termodinámica, Barceló decidió que nada se malgastara y así colocó unos lienzos en el suelo para que los restos fueran acumulándose. Ahí tenía ya los fondos para lo que ha perpetrado en el Pabellón Español. En verdad, el mecanismo es económico: todo, hasta la inmundicia, debe generar beneficios. Recordemos el non olet de Vespasiano. ¿Es este tipo de pintura adobada y efectista, aleatoria y, al mismo tiempo, anecdótica, lo que mejor representa al arte contemporáneo español? Me gustaría pensar que no, pero lamentablemente es lo más adecuado. O, para ser más preciso, esas “monerías” son verdaderamente oportunas. Mientras para los políticos la Cultura, así con mayúsculas, sea el casticismo de Almodóvar, las poses de “papito” Bosé y los ripios de Sabina, la conclusión del silogismo pinturero será Barceló porque él encarna, como nadie, la mediocridad y la pretenciosidad, la actitud refractaria a la crítica y la apoteosis del “arte de embajada”. En un Imperio como ese, con desiertos y mares, gorilas y cabras, barro y pintura inmunda, no se pone nunca el sol.

2 comentarios:

  1. Está muy bien Fernando tener tan fácil acceso a tus impresiones, vivo fuera de españa y de lo poco que consigo leer acerca del panorama del arte actual en mi país considero que tus letras son las que más me agradan.Y de vez en cuando ,cuando me encuentro con estos pequeños obsequios que nos haces me animas a saeguir adelante con mi pintura. en cuanto a Barceló, que quieres que diga, pues que me he ido desenamorando poco a poco de su trabajo, sinceramente a estas alturas más bien me aporta poco. No me sorprende nada el rostro de cincentración que pone en la foto para hacer semejante churro con las manos, me resultaría más veridico y si`pático verle con un porro en la boca y una media sonrisa dibujada.
    En fín que se abre un nuevo ciclo, son nuevos tiempos y nuevas fórmulas y yo me quedo muy agustito pintando en mi taller y vendiendo la obra a plazos y a mis amigos, sin ningún tipo de intermediario, ya hace tiempo que decidí matar al mensajero y desde entonces me va todo mucho mejor, almenos en cuanto a la calidad de mi obra, yo considero.
    Un fuerte abrazo y no dejes de hacernos estos pequeños regalos, y si en algún momento te pasas por Múnich sería un placer invitarte a un café.

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  2. PLUFFFFFFF!!!!!!!!!
    Aburrida obra de un mercader......

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